miércoles, 25 de mayo de 2016
La idolatría del dinero (extracto de "Subida del Monte Carmelo", San Juan de la Cruz)
"En este grado se contienen todos aquellos que de tal manera tienen las potencias del alma engolfadas en las cosas del mundo y riquezas y tratos, que no se dan nada por cumplir con lo que les obliga la ley de Dios; y tienen grande olvido y torpeza acerca de lo que toca a su salvación, y tanta más viveza y sutileza acerca de las cosas del mundo; tanto, que los llama Cristo hijos de este siglo; y dice de ellos que son más prudentes en sus tratos y agudos que los hijos de la luz en los suyos (Lc 16,8). Y así, en lo de Dios no son nada y en lo del mundo lo son todo; y éstos propiamente son los avarientos, los cuales tienen ya tan extendido y derramado el apetito y gozo en las cosas criadas, y tan afectadamente, que no se pueden ver hartos, sino que antes su apetito crece en tanto más y su sed cuanto ellos están más apartados de la fuente que solamente los podía hartar, que es Dios, porque de éstos dice el mismo Dios por Jeremías, diciendo: "Dejáronme a mí, que soy fuente de agua viva, y cavaron para sí cisternas rotas, que no pueden tener aguas." (2,13). Y esto es porque en las criaturas no halla el avaro con qué apagar su sed, sino con qué aumentarla; éstos son los que caen en mil maneras de pecados por amor a los bienes temporales y son innumerables sus daños.Y de éstos dice David: "Transierunt in affectum cordis." (Sal 72,2).
El cuarto grado de este daño privativo se nota en lo último de nuestra autoridad, que dice: "Y alejóse de Dios, su salud" (Dt 32,15). A lo cual vienen del tercer grado que acabamos de decir, porque, de no hacer caso de poner su corazón en la ley de Dios por causa de los bienes temporales, viene el alejarse mucho de Dios el alma del avaro, según la memoria, entendimiento y voluntad, olvidándose de él como si no fuese su Dios; lo cual es porque ha hecho para sí dios del dinero y bienes temporales, como dice san Pablo, diciendo que la "avaricia es servidumbre de ídolos" (Col 3,5). Porque este cuarto grado llega hasta olvidar a Dios y poner el corazón, que formalmente debía poner en Dios, formalmente en el dinero, como si no tuviesen otro dios."
(San Juan de la Cruz, "la subida del Monte Carmelo")
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